viernes, 15 de junio de 2012

Los Peatones

Un momento de extrema angustia bien puede nublarnos la mente, o mostrarnos con la mayor lucidez una imagen. Plasmarla con ayuda de lápiz y papel en un pequeño ¿cuento? siempre relaja:

"No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma" (Jiddu Krishnamurti).
- Doctor, mi problema es vivir en esta sociedad. En qué otra si no, ¿en la que ni siquiera sabemos si podría ser? Si cada vez que intentamos cambiar el mundo, él nos cambia más a nosotros (conforme pasa el tiempo, el tiempo nos pasa a conformes). Reclutamos “nopuedos”… Nos amoldamos (cómplices secretos de quien no lo hace) para “pertenecer”. Pero pertenecer tiene un precio muy caro. Se paga a diario, cancelándose esta deuda únicamente cuando dejamos de ser. Hacemos terapia para olvidar el precio, alimentando esa enfermedad de la sociedad. Enfermedad que se vuelve así más fuerte aunque paradójicamente la olvidamos, a ella también. Es más fácil la pasividad. Y así, todos nos volvemos peatones. Que transitan,
que viven,
que nunca mueren…
porque siempre estuvieron muertos.

Aquí escuche: "El Revelde" de La Renga. (Una letra sin desperdicio)
"(...) Ser socio de esta sociedad me puede matar."



  - Capitán Vidal: " No lo entiendo, ¿por que no me obedeció? "
- Doctor Ferreiro: " Es que, obedecer por obedecer, así, sin 
pensarlo, eso sólo lo hacen gentes como usted, Capitán."

Somos BIP

Cuando las frases que escuchamos a diario también nos hacen reflexionar, nos puede pasar que pensamientos varios sigan girando en nuestra cabeza al querer dormir. Y que por no tener papel cerca los escribamos cortitos en el celular:

El país de la bipolaridad, con su filtro de dos polos para las discusiones diarias... En materia política todo gira en torno a determinar si se es "K" o "anti K". No se preocupen, acá no van a ser juzgados por ser K o anti-K, sino por tener o no criterio propio (¿peor?).
Para mí, votar o no a un partido significa SÓLO apostar o no a un proyecto de gobierno entre varios para elegir. No significa ser "bueno" o "malo", significa pensar. Si no te gusta el resultado podés cambiar tu apuesta en el próximo turno. Se llama DEMOCRACIA. Al que no le guste también puede darse un autovoleo en el toor y mandarse mudar a que lo acepten en otro país con otro sistema. Todavía no podemos hacer como el Principito y tener nuestro propio planetita, ¡qué bajón! 
Estoy cansada del encasillamiento obligado (me la seca) "o sos esto o sos anti-esto", de paradójicamente dejar de pensar mientras pensamos "de qué lado está este?"...
¿Quién (qué) es el polo positivo y quién el negativo? ¿Cuánto dejamos de ver mientras miramos? El país de la bipolaridad, pero inmerso en el mundo del PREJUICIO (lo cual está un poquito más relacionado con lo "bueno" o "malo" que se pueda llegar a ser, supongo).
Por mi parte puedo convivir con "K", "anti K" y "niKniAntiK" y cualquier rótulo nuevo que se ponga de moda. Y ¡oh, por dios! no les deseo la muerte a ninguno. 
Saludos, un óptimo día para todos. :S 



"Niños, ¡cuidado con los baobabs!"
(El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry)

viernes, 3 de diciembre de 2010

Independiente mi viejo y yo, de Eduardo Sacheri

(Pablo Arias espero que disfrutes este post, va para vos especialmente)

“Mirá que esta noche es el partido”, me dijo él. Hizo bien porque uno, a los cinco años, no tiene una conciencia cabal de la periodización del tiempo. Como mucho distingue el sábado y el domingo, porque esos días no hay que ir al jardín, y papá se queda en casa a jugar con uno. Pero con los otros días y las otras noches, la cosa se complica. Por eso sin la advertencia de papá, hecha con el beso de recién llegado del atardecer, yo habría pasado por alto la infinita importancia de esa noche.Los preparativos fueron los de siempre. Mientras él encendía el Stromberg-Carlson con suficiente antelación para darle tiempo a las válvulas, yo le pedí a mamá la ropa apropiada para el evento. Primero se negó a lo del pantaloncito corto, aduciendo que era invierno y que hacía mucho frío. Yo argüí hasta el cansancio que los jugadores juegan con pantalones cortos, y al aire libre. Una salomónica intervención de papá desempantanó por fin el pleito: con pantalón corto, pero sentado cerca de la estufa de kerosene del comedor. Después me puse la camiseta roja con el cuellito blanco, con el once de cuero cosido en la espalda, igualito que Daniel Bertoni. Papá, mientras tanto, iba trayendo la colección de trapos rojos que colgábamos a modo de banderas. Había pañuelos, una frazada, un pulóver, un par de camisas chillonas. La lámpara de pie, el timón de barco que adornaba la pared, varias de las sillas, todos terminaron ocultos en nuestro rito ornamental y futbolero. Cuando llegué, rigurosamente ataviado con los colores reglamentarios, me llené los ojos de banderas rojas. Lo único que nos faltaba era el viento para que flamearan, como en la cancha.Papá se negaba, pese a mis acaloradas argumentaciones, a vestir también el atuendo correspondiente. Nada de camiseta. Y mucho menos de pantalones cortos. A mi me parecía un desperdicio, con tanto trapo rojo disponible y tan a mano. Pero él prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno.Mientras daban las últimas propagandas, y antes del aviso de “minuto cero del primer tiempo, es tiempo para una ginebra Bols” (o cosa por el estilo) que marcaba la hora señalada, papá se sintió en la obligación de preservarme de desilusiones demasiado abruptas. Me miró como me miraba siempre que tenía algo importante que decirme, con una mezcla de solemnidad y de ternura, con un bosquejo de sonrisa iluminándole los ojos. “Mirá, tipito –empezó, porque él me llamaba de esa manera cuando teníamos que aclarar cosas importantes-, que la cosa viene difícil.” Y volvió a enumerarme todas las dificultades que nos esperaban en esa noche de invierno. Que ellos habían ganado en Brasil, que nos habían pegado un peludo bárbaro, que no sólo teníamos que ganar, sino que debíamos hacerlo por no se qué diferencia de gol. Pero para mi sus argumentos sonaban confusos. ¿Acaso él mismo no me había dicho que Independiente era el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del paso? El trató de convencerme de que, pese a la absoluta veracidad de lo dicho en otras ocasiones, esta noche las cosas iban a ser muy difíciles y peliagudas.De todos modos, nos entonamos cantando un par de veces el “si, si señores, yo soy del Rojo”, y algún otro estribillo para ir matando el tiempo. Cuando finalmente se acabaron las propagandas, papá encendió la radio Phillips, con su estuche de cuero, que debía ser la primera portátil de Sudamérica (y la teníamos en casa). Le bajó el volumen a la tele: ambos sabíamos que los relatores de radio son mejores que los otros. Cada uno ocupó su sitio de siempre. El en la cabecera de la mesa, y yo sobre el arcón de mirar la tele. Acercó la estufa de kerosene de ese lado para cumplir lo pactado en cuanto a temperatura corporal con la madre del win izquierdo en el bolsillo.Pero la carne es débil. No importa cuánta preocupación ocupe nuestro pensamiento, ni cuánta angustia agobie nuestro espíritu. Uno siempre termina teniendo hambre, o teniendo sueño, y sucumbiendo a esas necesidades poco altruistas. Empecé a cabecear apenas empezado ese partido inolvidable. Mamá me dijo varias veces que me fuera a la cama. Pero yo seguía ahí, impertérrito, sentado en el arcón, con las patas colgando y pateando en el aire como si estuviese en plena cancha en los escasos momentos de lucidez que tenía en medio de mi mar de sueño.Papá esperó un rato y después me dijo que e fuera, que me quedara tranquilo. Yo protesté que de ninguna manera, que teníamos que seguir ahí los dos, haciendo fuerza con los cantitos y las banderas. El me dijo con aire confiado que no hacía falta, que igual sin mí íbamos a salir campeones, que me quedara tranquilo, que los teníamos de hijos. Ante semejante desparramo de confianza le hice caso y me dormí.A la mañana siguiente mamá me despertó para ir al jardín. Embotado de sueño me dejé vestir, abrigar y conducir a la cocina a tomar la leche. Después ella me sentó en el sillón del living para atarme los cordones, como hacía siempre mientras esperábamos que pasara el micro. Apenas me despabilé un poco recordé la noche de la víspera, y me desesperé preguntándole el resultado del partido. A la luz del día, y después de un sueño reparador, mi deserción de la noche me parecía imperdonable. Ella me miró y dijo no saberlo. Le pregunté por papá, y respondió que aún no se había levantado.Han pasado veinticinco años, pero aunque pasen sesenta voy a recordarlo como si hubiese sucedido hoy. La casa estaba iluminada por uno de esos soles oblicuos y tibios del invierno. Yo tenía el guardapolvo cuadrillé lila y blanco, y la bolsita en el regazo, bien agarrada a la diestra, para no olvidármela (otras veces me había pasado, y me había quedado sin el Jorgito de dulce de leche y sin la taza de plástico para el mate cocido; así que ahora la cuidaba más que a mi vida). De repente oí abrirse la puerta del dormitorio. Y enseguida escuché el clásico arrastrar de las chinelas en el parquet del pasillo. El corazón me dio un vuelco. Lo llamé a los gritos. Entró a las carcajadas, preguntándome el motivo de mi ansiedad. Yo lo interrogué por el resultado, ya totalmente despierto, ya absolutamente pendiente de lo que dijeran sus labios, ya indiferente a mamá terminando de atarme los cordones.El se acercó, se inclinó, me dio un beso de buenos días, y se me quedó mirando con expresión jubilosa. Recién cuando volví a preguntarle me dijo que sí, que claro, que habíamos salido campeones de nuevo, y que no me olvidara en el jardín de decirle a todo el mundo que Independiente había vuelto a salir campeón de América. Yo, aún en medio de mi alegría, me hice el tiempo de preguntarle cómo habíamos hecho, si él me había dicho que era muy difícil, que en Brasil nos habían dado un baile bárbaro, que teníamos que hacerles como tres goles, que en el campeonato de acá andábamos como la mona. El me miró risueño, y sembró una semilla más en el fértil potrero de mis sueños de pibe.“Pero, tipito –empezó, como enunciando una verdad ya reiterada hasta el cansancio-, ¿no te dije que los brasileños ven la camiseta del Rojo y se asustan tanto que no pueden ni mover las patas? ¿No te dije que, con el frío, se quieren volver a su casa a comer bananas para entrar en calor? Por eso te dejé dormir. Porque era tan fácil que nos las rebuscamos sin tu aliento.” Y en medio de mi maravilla impávida, terminó: “Menos mal que te dormiste. Imagináte si te quedás despierto y gritás conmigo: les hacemos veinte goles y no quieren venir a jugar nunca más, y nos quedamos sin nadie a quien ganarle la copa”. Después me levantó en brazos y cantamos “la copa, la copa, se mira y no se toca”, y dimos la vuelta olímpica a los saltos, por toda la casa. Vino el micro y me fui al jardín de infantes.Supongo que ésos son los recuerdos que se le meten a uno en los recovecos del corazón, y echan cría y se nutren de su propio néctar, y nos marcan para toda la vida. Por lo menos así ocurrió conmigo. Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia, o cuando me toca sufrir por radio y por televisión un partido de Independiente y me como los codos por la ansiedad y la angustia (la vida me enseñó lo inconveniente que puede resultar FUMARSE los nervios), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme en la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana.Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades eternas. Cuando Independiente gana un campeonato –al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen- lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte. Lo que pasa es que tratándose del Rojo, de mi viejo y de mí, hay veces que la muerte es una señora que nos tiene un miedo bárbaro. Una vieja podrida a la que, de locales en Avellaneda, le tiramos la camiseta y podemos, de vez en cuando, llenarle la canasta.Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.”








...Algunas...

viernes, 22 de octubre de 2010

Piernas con colores

Un día, inesperadamente, una sensación sumada a sentimientos vinieron a plasmarse en un texto a través de mi mano... Veamos...

Sin parar de caminar,
sin parar de subir,
sin parar de avanzar,
sin parar de vivir.
Cada resta se compensa y supera
con una suma mayor…
…así la resultante
será siempre seguir adelante.
Vientos a favor y en contra.
Dos caras de la misma moneda.
Hacia adentro y hacia afuera,
da igual una tempestad o la calma.
Mientras, la línea oscilante de la vida sigue caminando…
Con colores o sin colores,
las huellas atrás van quedando,
los pies en cambio siguen avanzando.



mis medias...

lunes, 26 de abril de 2010

¡Y que todos sepan que no me avergüenzo!

Ráfaga de inspiración... y salió ESTO, que mi amigo Martín (quien se ha ganado toda mi atención para con sus opiniones) calificó como "algo que sale como un grito". Y le doy toda la razón. Gritemos:

Gente, edificios y nubes detrás.
Muros que tapan el sol.
Hojas de diarios tapando los rostros de los lectores,
muecas torcidas, paraguas que esconden miradas
y cubren personas y personajes del agua transparente que cae.
En la monotonía grito en silencio:
“¡Que todos sepan que no me avergüenzo!...
de correr bajo la lluvia,
probar el agua y saltar un charco.
De abrir bien los ojos, de mirar para todos lados
¡y tal vez cruzarme con otras miradas!
O de caminar a contramano…”

Barro en los zapatos, ojos tristes.
Vidrios sucios, figuras opacas.
Manos que trabajan al unísono y voces que callan al mismo tiempo también.
Los automóviles parecen balas en un espacio vacío.
Yo digo que creo que es muy frío el cemento gris…
Quiero calor… y que todos sepan
¡que no me avergüenzo!
De querer calor, de querer color.
De bailar y gritar a destiempo.
De reír, cantar, pintar, soñar, crecer, creer, crear…
¡de querer tocar el sol!
Y de amar.

Los años juegan a ser eternos
y pasan.
Mil cosas parecen ser un círculo infinito
y acaban.
Pero el querer respirar, querer sentir, (que parecen cosas mortales)
¡se hacen perpetuos al cruzar de una vida a otra! Ni mañana ni ayer.
Hoy.

Una brisa muda envuelve y apaga cientos de suspiros que quieren ser.
¡Y que todos sepan que no me avergüenzo…
de ser yo!

jueves, 18 de marzo de 2010

Lo que vi a través de un Espejo...

(Sobre un amor con desamor)




Cuando ya no quedaron más palabras que decir, ni más lágrimas que llorar. Cuando ya iba dejando de estar ciega y de soñar con los ojos abiertos una luz que bajaba allá lejos esperanzada. Cuando ya ni eso quedaba, supo que lo contrario al amor no era el odio sino la indiferencia. La indiferencia que en su ceguera no había visto ni imaginaba y hacia la cual ahora se encaminaba. El vacío del que tanto escuchaba hablar a su contraparte que alguna vez no fue contra sino sólo parte. Pero al menos escapaba. De un juego donde jugar era tan absurdo como no hacerlo. Porque nunca nadie supo descifrar las reglas y menos iba a conocerlas ella, ni ahora, ni mañana, ni ayer. ¿Cómo puede un vacío ser tan lleno? De la misma manera en que se desea que un globo vuele y a la vez se lo sostiene por su hilo… ¿Y cómo iba a recuperar los pasos para poder seguir caminando? De la misma manera en que alguna vez unió cuenta por cuenta hasta formar un collar, algo q había hecho muchas veces y sin embargo siempre olvidaba cómo, pero siempre también volvía a aprender. Porque al abandonar un terreno blando, el barro se queda en los pies… y acompaña nuestros pasos un buen tiempo, para desaparecer sólo si seguimos caminando. Pero caminar empujándose a uno mismo, ¿es avanzar? Cada paso que dio luego fue una eterna permanencia en el mismo sitio. Un paso y todo daba un paso hacia adelante. Otro, y todo volvía a moverse otro hacia adelante. A veces el vacío puede ser tan pesado como un todo. Y la indiferencia tan triste que no deja llegar a nadie hasta ella. Después la gente se asombraba de que a veces prefiriera “pararse” a llorar… si nunca se había movido realmente! …hay cosas que siempre hay que volver a aprender.


Y yo tampoco sé cómo sigue esta historia... por ahora.








(hay cosas reparables y otras que simplemente se rompen)

domingo, 27 de diciembre de 2009

Principio del Fin

Empiezo con un viejo texto lindo (para mí, claro) que simule un poco de cordura... que haga parecer que las próximas entradas tendrán algún sentido...
En fin, "en mi lista de promesas a olvidar" (así, con minúscula ¬¬)

…Y este lenguaje que nos limita a expresar lo que sentimos, miles de palabras para explicar distintas cosas de mínimas diferencias y sin embargo a veces no alcanza para transmitir el significado de una sola sensación…

No somos perfectos como criaturas entonces, estamos limitados por lo que somos capaces de transmitir, y a la vez existe el límite en lo que creemos conocer, ¿realmente somos concientes de lo que sentimos? ¿Conocemos todo lo que decimos conocer? ¿O somos presos dentro de los límites de nuestra percepción? Una cárcel que a su vez necesariamente tiene que variar para cada único y exclusivo ser.

Vemos tanta “perfección” alrededor nuestro, hija de la naturaleza misma… o será que es perfección a nuestros ojos por captar conciente o inconscientemente que no está hecha desde nuestras limitadas capacidades y sí desde alguna raíz que aún después de tantas culturas y diferentes pruebas de posibilidades humanas seguimos siendo incapaces de descifrar. Por eso se explica todo recurriendo al fin último de la fe. Qué queda sino la fe, es decir, creer, confiar, para llegar a la explicación de este mundo que de otra manera podría mantenernos suspensos indefinidamente en la maravilla infinita que causa sólo pensar un poco profundamente en él.

Miles de registros, cálculos, estudios, en fin, explicaciones de todo nuestro entorno, de todo a nuestro alrededor, por la simple y eterna incapacidad de entender nuestra existencia… y entre todas las ecuaciones de la vida, encontramos en la más difícil de resolver -el amor- la razón irracional que le da sentido si no a nuestra existencia, sí a nuestro pasar por ella, al de cada único ser y de una manera única para cada uno, ya que siendo la misma ecuación, su aparente solución será exclusiva para cada irrepetible alma y cada irrepetible vez que haya que resolverla (aunque resolverla sea una de nuestras mayores promesas a olvidar y llegar a un fin deje de ser lo más importante frente a lo que representa el camino hasta allí)… es el sentido, la mejor justificación que encuentro para el mundo y su maravilla tal vez porque es la mejor y más increíble maravilla que dos almas no se crucen por casualidad. Le da sentido a este tránsito… y sentir a esta existencia…

Dani (15/07/07)


DEJEMOS DE EXISTIR Y EMPECEMOS A VIVIR




Así es que doy inicio al principio del fin...